La Luna del Agua

Toity es una gran narradora; y como tal, una gran maestra de narradores. Es mi maestra. Accediendo a mi pedido,  me conmovió brindándonos aquí un relato de un hecho real, recopilado por ella en la Provincia de Córdoba, en donde retrata el tesón de nuestros abuelos y sobretodo el temple de nuestras abuelas inmigrantes:   
             LA LUNA DEL AGUA 
No vaya al arroyo niño, cuando en cielo haya luna
Que la del agua lo llama, nana. Y la del cielo lo empuja, Luna…

Se conocieron en el barco que los trajo a Argentina. Los casó el capitán antes de llegar.
Aconsejados por algunos parientes, viajaron a Córdoba y compraron un campo en la zona de las sierras. Trabajaban de sol a sol, ella y él, preparando la tierra, sembrando, sudando.
Francisco tenía los ojos cada vez más celestes a fuerza de mirar el cielo y esperar las lluvias.
Ignacia los tenía duros de tanto recorrer el campo.
Ella tuvo tres hijos varones de color tierra y ojos de cielo, uno por año.
Apenas tenían vecinos y poco tiempo para hacer amigos.
Los paisanos de la zona los vieron abrirse paso y progresar a fuerza de tesón y empeño.
Después de los nacimientos las vecinas visitaban a Ignacia. Es que les bastaba con ver los pañales y la ropita colgados al sol para saber que un nuevo crío les había nacido. Ellas le llevaban mantillas y escarpines tejidos, yuyos para el mal de ojo, cintas rojas para la envidia.
No los deje salir a la siesta Ignacia, que con los calores andan los diablos sueltos por el campo. Y que no se acerquen al agua, que a los niños la luna del agua los llama y la del cielo los empuja.
Entonces ella recordó aquella nana que le cantaba su madre:

No vaya al arroyo niño, cuando en cielo haya luna
Que la del agua lo llama, nana. Y la del cielo lo empuja, luna

Al  atardecer Ignacia encendía los faroles y el fuego de la estufa. A su amparo la familia se cobijaba.

Cada tanto Francisco iba a la ciudad. Allí peleaba los precios de las semillas, escuchaba ofertas para sus cultivos, y visitaba a algunos parientes pobres. Demoraba varios  días en regresar. Ignacia quedaba sola, pendiente de sus hijos.

-Cuídate mujer, vuelvo el domingo.
Ignacia se quedó con la vista en el carro que se iba. A su alrededor correteaban sus tres  varones  color tierra  y  cielo, y en  su vientre de siete meses pateaba otro hijo. Ignacia  estaba segura  que esta vez era una  niña y la llamaría Carmen.  

– ¡Niños a comer! ¿No han  escuchado?..Joaquín, Pablo… ¿Dónde está Alejandro? No lo han  visto ¡Búsquenlo por  Dios! Demonio de niño siempre haciendo  renegar a su madre ¡ Alejandro! ¡Alejandro!
Quedó  la comida  puesta sobre  la mesa.  Ignacia  salió  con los niños  mayores a  buscar  al hijo perdido, que  era el más travieso, y lo iba evocando  cada  vez que  lo nombraba, mientras  el corazón  en cada grito  le latía  más fuerte, y un presentimiento le recorría las venas.
– Que no les dije  yo que  lo cuidaran  mientras les hacía de comer…-
Salieron  por el  camino del huerto, recorrieron  el campo. Ella  escarbaba  las piedras  con la mirada.
– Hijo, por Dios, ¿dónde estás?
En su vientre de  siete meses  pateaba Carmen. El cielo  estaba  celeste  y transparente como la mirada del hijo perdido. Entonces vio en el  cielo la luna.
 Siguiendo su presentimiento corrió al pozo y se asomó. Allá en el  fondo estaba el hijo.

No lo pensó  dos  veces, se arrojó y  sujetándose  como  pudo de  la  cuerda lo abrazó  fuerte para darle calor
– Cuántas veces te dije, cuántas, que no te acerques al agua, que la luna  llama a los niños.
Y lloró en lo profundo  del pozo abrazada a su hijo.  Hasta  que en su vientre, Carmen sintió frió y empezó a  patear  con más fuerzas.  Desde el  brocal,  Joaquín y Pablo la  llamaban y ella estaba en lo profundo del pozo y se dio cuenta que no podría  salir de allí.

Esa noche, en un rancho vecino de la montaña, una  mujer comentaba: -Vea hijo, muy  raro que  no haya luz en la casa de los españoles.
– Es cierto vieja, tampoco sale humo.
– Ni  bien amanezca nos vamos a ver que ha pasado- dijo la mujer  con el presentimiento  de  que algo  andaba mal allá  abajo.

Al amanecer llegaron los vecinos en su carro.
Encontraron a Joaquín y Pablo dormidos junto al brocal  del pozo y dentro de  él, a Ignacia, sujetándose  de la cuerda y abrazando con las pocas  fuerzas que le quedaban a Alejandro, mientras Carmen luchaba por salir a la vida.
Ni bien  la sacaron y la  recostaron  junto al pozo nació una  niña  pequeña, con  los ojos de un azul profundo, como el cielo del agua del pozo.

No vaya al arroyo niño, cuando  en cielo haya luna
Que la del agua lo llama, nana. Y la del cielo lo empuja, Luna…
    
Recopilación de un suceso real. Estela Leiguarda.

Estela Gadea de Leiguarda (Toity): Escritora cordobesa, que a su gran formación académica añade una extensa trayectoria como narradora oral y animación a la lectura, logrando importantes premios. Entre sus obras: Las hadas jubiladas, Esa mañana a las 10 hs, Cuentos para condimentar a gusto, y otros.
Luisa Fernández Martínez, mi abuela,con su nieto mayor.
Sao Paulo, 1927.